Esta entrada va por partida doble, mis estimados lectores. La razón se debe a la generosidad de Blanca Nubia Orozco y Laura Campo Sepúlveda que han permitido compartir con los visitantes de este blog su trabajo literario.
Trabajo hecho con inteligencia, con creatividad; tejiendo en la atmósfera y tensión de cada historia esa angustia bien medida que genera en el lector la perturbación que produce el tener recuerdos que pertenecen a otro ser humano o, el hallarse en la inevitable necesidad de enfrentar a su más íntimo miedo.
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* Soñando a Ulises Despierto: Cuento publicado en el Concurso Estudiantil Fernando González, Vigésima quinta versión de la Fundación Universidad Autónoma de Colombia, en la Facultad de Ciencias Humanas en enero de 2012. El ISSN es el 2027- 5072.
"Plenitud" del pintor José Arrieta Choperena |
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En esta ocasión, pongo a su libertad el escuchar para este par de cuentos la banda sonora de la película "El Piano" escrita y dirigida por Jane Campion y protagonizada por Holly Hunter, Harvey Keitel, Sam Neill y Anna Paquin. La banda sonora fue interpretada por Michael Nyman.
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Presagio
Escrito por Blanca Nubia Orozco.
Un
ave oscura dio tres vueltas sobre la terraza y se posó luego en las últimas hojas de un coquero
de la playa.
Mercedes la siguió con la mirada. Recordó a la abuela y una brizna de inquietud encogió sus cejas: “ave negra, ave de mal agüero”, pensó. Después sacudió la cabeza como para espantar las turbias cavilaciones; no había tiempo para supercherías. Se apresuró a sacar de una carpeta verde, un paquete de partituras. Las extendió sobre el piano de cola y se dispuso a ensayar las melodías del que pensó sería su mejor concierto.
Mercedes la siguió con la mirada. Recordó a la abuela y una brizna de inquietud encogió sus cejas: “ave negra, ave de mal agüero”, pensó. Después sacudió la cabeza como para espantar las turbias cavilaciones; no había tiempo para supercherías. Se apresuró a sacar de una carpeta verde, un paquete de partituras. Las extendió sobre el piano de cola y se dispuso a ensayar las melodías del que pensó sería su mejor concierto.
Había
llegado días antes a la isla del Diablo. Se había instalado en Malibú, un hotel de cuatro torres blancas que se erguía
imponente frente al verde chispeante del Caribe. Era el lugar perfecto para afinar sus oídos y
manos, encontrarse con una naturaleza tibia y acogedora y homenajear a sus
fieles seguidores… y para huir de él…
Después
del ensayo cerró el piano y recogió las partituras. De manera instintiva buscó
al ave; continuaba sobre el coquero, meciéndose con la fuerza del viento. Tuvo
la sensación de que la oteaba y los finos bellos de sus brazos se elevaron por
un segundo. De prisa bajó a la habitación y se encerró en ella largo rato.
Oscurecía.
El concierto estaba próximo a comenzar. Sería íntimo; para sus más cercanos
amigos. Sin anuncios, discreto. No
habría forma de que él la encontrara, al menos fue lo que pensó Mercedes hasta
el momento en que lo vio aparecer en medio del pequeño grupo que empezaba a
acomodarse en los asientos de la sala, clavando en ella sus ojos aceitunas,
desafiante, sardónico. Contrario a lo
que imaginó, no la inundó el miedo de
otros tiempos de continuos asedios. Al principio fue sólo un leve temblor en el
estómago, luego un vacío en las tripas, después un fuego irascible que le sofocó
el rostro… y al final, una sensación de fatiga y resignación.
Pudo
haber gritado… pudo haber huido… En cambio se quedó por un momento con sus
botines rojos pegados en el brillo del piso. Después se condujo con pasos menudos
hasta el piano, levantó con delicadeza
la falda de su vestido con ambas manos y se sentó con suave decisión frente al
teclado.
No
más huídas… No… Nunca más. Se dijo mientras sus dedos rozaban el piano como
suaves mariposas. La imagen del ave revoloteaba en su memoria.
El
hombre se sentó próximo a la tribuna; parecía desenfadado, sin apuros, casi
inofensivo. Abrió las piernas y cruzó
las manos sobre el regazo. Cerró los ojos y se envolvió con la melodía que
brotaba del aparato. Mercedes acarició la idea de escapar pero la detuvo la
certeza de la inutilidad del intento y la firmeza inicial de tirar esa noche y
para siempre, la carga del miedo.
En
las orillas de la media noche, las últimas notas se desvanecieron y el aplauso tupido
sacudió el recinto. Mercedes se levantó, se puso frente a su público e hizo una
reverencia larga y profunda, luego se quedó estática como esperando el momento
final. El hombre se paró de la silla y empezó a caminar hacia ella, lento,
firme, inexpresivo, con las manos metidas
entre los bolsillos del pantalón.
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Soñando a Ulises despierto*
Escrito por Laura Campo Sepúlveda
Esa mañana Ulises
despertó sin saber que cuatro años después de una guerra un tal James Joyce
utilizaría su nombre para darle otro sentido a su historia. Tras beber lo que
quedaba en la última vasija de vino y darle una mordida al pan, avistó tierra.
Hubo una sensación de regocijo y esperanza al reconocer una isla que durante
más de dos décadas había esperado su regreso.
La condición del
viento hizo poner su barco a toda vela. Eso parecía no ser suficiente, pues a
Eolo no le bastaban sus soplos. El calor lo hacía acompañarse de abanicos que
las Gracias encomendadas por su padre Helio batían alrededor de él. El mar de
viento se hizo fuerte, Ulises pensó entonces en que serían otros diez años
lejos de casa, pero también pensó en que claudicar no estaba contemplado en su
accionar. De manera que tomó el timón, lo puso al medio y supo que haría
libaciones esa noche en casa.
Pero el actuar de
los dioses es caprichoso, y la fuerza de Helio sobre el cuerpo de Eolo hacía
que los abanicos de las Gracias fueran
incipientes para la temperatura de su cuerpo. Así, el dios de los vientos
enrojecía y expulsaba con más ímpetu su aliento. Fue por esto que la verga de
trinquete se desprendió del mástil y desvariando en el aire sin saber tocar mar
o madera, rozó la cabeza de Ulises y determinó caer en el suelo de la
embarcación.
El golpe que
recibió la madera creó un círculo, la forma perfecta de siglos después, y
permitió la entrada de aquella que fuera generadora de todo. El agua se mezcló
con un líquido rojo minúsculo, que salía de a poco del lado derecho de la
frente de Ulises, la parte de la crujía donde yacía el rey de Ítaca se
desprendió y con varios trozos de madera flotó 12 días.
Ulises soñaba
descendiendo al hades, huyendo de Calipso,
viendo a sus compañeros comer loto y
atravesando Escila y Caribdis. Abrió los ojos, un perro lo lamía mientras batía
la cola cuando Euriclea llamaba a Argos para que dejara de lamer al mendigo.
Vio el cielo y lo sintió apaciguado, pensó que era la tarde del día en que
había avistado a Ítaca. Cuando se incorporó, Euriclea supo que era su rey y lo
llamó por su nombre.
En su palacio, y
junto a Penélope, Ulises pensó que era otro hombre, porque los recuerdos del
que le llamaban no le pertenecían. Pensó entonces que seguía soñando, y quiso
llamarse Segismundo. Aún así, mientras duerme se llama Ulises y cuando
despierta en ficciones que reinventan sus hazañas, puede nombrarse Leopold
Bloom o Lemuel Gulliver.
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* Soñando a Ulises Despierto: Cuento publicado en el Concurso Estudiantil Fernando González, Vigésima quinta versión de la Fundación Universidad Autónoma de Colombia, en la Facultad de Ciencias Humanas en enero de 2012. El ISSN es el 2027- 5072.