11 julio 2013

Cuentos: "Presagio" y "Soñando a Ulises Despierto".

Esta entrada va por partida doble, mis estimados lectores. La razón se debe a la generosidad de Blanca Nubia Orozco y Laura Campo Sepúlveda que han permitido compartir con los visitantes de este blog su trabajo literario. 
"Plenitud" del pintor José Arrieta Choperena
Trabajo hecho con inteligencia, con creatividad; tejiendo en  la atmósfera y tensión de cada historia esa angustia bien medida que genera en el lector la perturbación que produce el tener recuerdos que pertenecen a otro ser humano o,  el hallarse en la inevitable necesidad de enfrentar a su más íntimo miedo.   

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En esta ocasión, pongo a su libertad el escuchar para este par de cuentos la banda sonora de la película "El Piano" escrita y dirigida por Jane Campion y protagonizada por Holly Hunter, Harvey Keitel, Sam Neill y Anna Paquin. La banda sonora fue interpretada por Michael Nyman. 




         

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Presagio


Escrito por Blanca Nubia Orozco.

Un ave oscura dio tres vueltas sobre la terraza y se  posó luego en las últimas hojas de un coquero de la playa. 
Mercedes la siguió con la mirada. Recordó a la abuela y una brizna de inquietud encogió sus cejas: “ave negra, ave de mal agüero”, pensó.  Después sacudió la cabeza como para espantar las turbias cavilaciones; no había tiempo para supercherías. Se apresuró a sacar de una carpeta verde, un paquete de partituras. Las extendió sobre el piano de cola y se dispuso a ensayar  las melodías del que pensó sería su mejor concierto.

Había llegado días antes a la isla del Diablo. Se había instalado en Malibú, un  hotel de cuatro torres blancas que se erguía imponente frente al verde chispeante del Caribe.  Era el lugar perfecto para afinar sus oídos y manos, encontrarse con una naturaleza tibia y acogedora y homenajear a sus fieles seguidores… y para huir de él…

Después del ensayo cerró el piano y recogió las partituras. De manera instintiva buscó al ave; continuaba sobre el coquero, meciéndose con la fuerza del viento. Tuvo la sensación de que la oteaba y los finos bellos de sus brazos se elevaron por un segundo. De prisa bajó a la habitación y se encerró en ella largo rato.

Oscurecía. El concierto estaba próximo a comenzar. Sería íntimo; para sus más cercanos amigos.  Sin anuncios, discreto. No habría forma de que él la encontrara, al menos fue lo que pensó Mercedes hasta el momento en que lo vio aparecer en medio del pequeño grupo que empezaba a acomodarse en los asientos de la sala, clavando en ella sus ojos aceitunas, desafiante, sardónico.   Contrario a lo que imaginó,  no la inundó el miedo de otros tiempos de continuos asedios. Al principio fue sólo un leve temblor en el estómago, luego un vacío en las tripas, después un fuego irascible que le sofocó el rostro… y al final, una sensación de fatiga y resignación.

Pudo haber gritado… pudo haber huido… En cambio se quedó por un momento con sus botines rojos pegados en el brillo del piso. Después se condujo con pasos menudos hasta el  piano, levantó con delicadeza la falda de su vestido con ambas manos y se sentó con suave decisión frente al teclado.

No más huídas… No… Nunca más. Se dijo mientras sus dedos rozaban el piano como suaves mariposas. La imagen del ave revoloteaba en su memoria.

El hombre se sentó próximo a la tribuna; parecía desenfadado, sin apuros, casi inofensivo.  Abrió las piernas y cruzó las manos sobre el regazo. Cerró los ojos y se envolvió con la melodía que brotaba del aparato. Mercedes acarició la idea de escapar pero la detuvo la certeza de la inutilidad del intento y la firmeza inicial de tirar esa noche y para siempre, la carga del miedo.

En las orillas de la media noche, las últimas notas se desvanecieron y el aplauso tupido sacudió el recinto. Mercedes se levantó, se puso frente a su público e hizo una reverencia larga y profunda, luego se quedó estática como esperando el momento final. El hombre se paró de la silla y empezó a caminar hacia ella, lento, firme,  inexpresivo, con las manos metidas entre los bolsillos del pantalón. 

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                  Soñando a Ulises despierto*    


Escrito por Laura Campo Sepúlveda
                                                                          
Esa mañana Ulises despertó sin saber que cuatro años después de una guerra un tal James Joyce utilizaría su nombre para darle otro sentido a su historia. Tras beber lo que quedaba en la última vasija de vino y darle una mordida al pan, avistó tierra. Hubo una sensación de regocijo y esperanza al reconocer una isla que durante más de dos décadas había esperado su regreso.

La condición del viento hizo poner su barco a toda vela. Eso parecía no ser suficiente, pues a Eolo no le bastaban sus soplos. El calor lo hacía acompañarse de abanicos que las Gracias encomendadas por su padre Helio batían alrededor de él. El mar de viento se hizo fuerte, Ulises pensó entonces en que serían otros diez años lejos de casa, pero también pensó en que claudicar no estaba contemplado en su accionar. De manera que tomó el timón, lo puso al medio y supo que haría libaciones esa noche en casa.

Pero el actuar de los dioses es caprichoso, y la fuerza de Helio sobre el cuerpo de Eolo hacía que  los abanicos de las Gracias fueran incipientes para la temperatura de su cuerpo. Así, el dios de los vientos enrojecía y expulsaba con más ímpetu su aliento. Fue por esto que la verga de trinquete se desprendió del mástil y desvariando en el aire sin saber tocar mar o madera, rozó la cabeza de Ulises y determinó caer en el suelo de la embarcación.

El golpe que recibió la madera creó un círculo, la forma perfecta de siglos después, y permitió la entrada de aquella que fuera generadora de todo. El agua se mezcló con un líquido rojo minúsculo, que salía de a poco del lado derecho de la frente de Ulises, la parte de la crujía donde yacía el rey de Ítaca se desprendió y con varios trozos de madera flotó 12 días.

Ulises soñaba descendiendo al hades, huyendo de Calipso,
viendo a sus compañeros comer loto y atravesando Escila y Caribdis. Abrió los ojos, un perro lo lamía mientras batía la cola cuando Euriclea llamaba a Argos para que dejara de lamer al mendigo. Vio el cielo y lo sintió apaciguado, pensó que era la tarde del día en que había avistado a Ítaca. Cuando se incorporó, Euriclea supo que era su rey y lo llamó por su nombre.

En su palacio, y junto a Penélope, Ulises pensó que era otro hombre, porque los recuerdos del que le llamaban no le pertenecían. Pensó entonces que seguía soñando, y quiso llamarse Segismundo. Aún así, mientras duerme se llama Ulises y cuando despierta en ficciones que reinventan sus hazañas, puede nombrarse Leopold Bloom o Lemuel Gulliver. 

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* Soñando a Ulises Despierto Cuento publicado en el Concurso Estudiantil Fernando González, Vigésima quinta versión de la Fundación Universidad Autónoma de Colombia, en la Facultad de Ciencias Humanas en enero de 2012. El ISSN es el 2027- 5072.